Víctor Alfonso Arias
La tarde huele a tarde
y vas conmigo por la tarde,
consuelo de las horas sombrías
me conduces a la noche,
noche que sabrá a noche
y nos acercará a la eternidad
de la alegre madrugada,
madrugada que beberemos como madrugada,
presagio del dorado amanecer,
amanecer que veremos amanecer
sin recato ni inocencia, sin ruborizarnos,
para embarcarnos en la mañana,
mañana que viviremos como mañana
plagada de futuro y utopías,
en las que habitaremos esperando el medio día.
Víctor Alfonso Arias
¿Llegará el día del encuentro
entre el águila y el jaguar?
El océano verde añora la esperanza
de recorrer con el hombre
los túneles vacíos que invitan al vuelo
y esconden la presa del felino.
Realidad desbordada en el universo del mito,
donde posibilidades infinitas
laboran los inimaginables sueños
que brotan de la chicha y la ayahuasca;
anidando la libertad de viejos dioses,
entre las liturgias olvidadas del Chamán,
incapaz, hoy, de purificar las tierras
manchadas por el origen de todas las hogueras
y el viento de arenas negras,
precursor del desierto creado
por nuestra conciencia sin voz
y el amado interés.
Víctor Alfonso Arias
Queriendo hacer transitar lo mío
sobre el abecedario y las palabras
descubrí que ya no soy el mismo niño
que soñaba con dominarlas a la orilla del río.
Hoy, ya preparado para mirar el mar,
añoro las pequeñas quebradas andinas
y la voluntad de bañarme en fríos riachuelos;
pero, atrapada en alguna rama, me pregunto
¿Qué haces inspiración?
Me acompañaste, fiel pasajera,
en los vasos de las cantinas pobres
y en las sonrisas tristes de los alegres burdeles.
Encontraste belleza aún en las fétidas alcantarillas
y hoy no eres novia mía, nuevamente,
ni en los atrios de las catedrales.
Perdóname, no me elevo a tus regiones
escondiéndome del viento frío,
y cada vez más siento que te necesito,
aunque de ti solo me quedan los restos
que saborea mi memoria
cuando transita por los felices días
que presidías en el adolescente ayer.
José María Bermeo
Amito señor
-Buenos días, su mercé.
-Ven, Mariano. ¿Qué quieres?
-Solamente preguntar a su mercé si mismo va a mandar uy día las bestias de silla para que venga familia de ñora Rosaura, sobrina de Mama Grande, para ir a coger animales.
-Anoche te dije ya que esto tienes que hacer y todavía me preguntas, indio zoquete.
-Bueno, perdone no más patroncito, como su mercé manda.
Doña Ursula Castañeda, a quien llamaban Mama Grande, fue casada con el rico señor don Santiago Montenegro, hermano del padre de Patricio. Viuda sin hijos y dueña del enorme dominio de “Bellavista” constituyó como su único heredero a su sobrino Patricio, tomándolo a su cargo y cuidando desde la más tierna infancia, por haber quedado huérfano. De ahí que Patricio, desde su temprana adolescencia, mandaba y disponía en el latifundio como parigual de doña Ursula.
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Víctor Alfonso Arias
La ciudad pequeña y provinciana
aún tiene lugar para mí, siempre lo supe,
pero su más querido encanto
es remontar los años y devolverme
la vida de un niño que exploró sus techos,
sus aguas, sus tapias, sus cerros, sus sótanos,
sus criptas, sus bosques, sus patios, sus parques…
Todo ello sucedió sin saber que soñaba y jugaba,
acariciado por el sol, la lluvia y el viento;
llevado de la mano por mi padre y mi madre;
protegido por esos ancianos abuelos y familiares
llenos de consejos, sonrisas y risas.
Pero, si algo añoro ahora es la presencia
de aquellos ambiciosos aventureros que,
cansados del fútbol callejero y encestar pelotas,
eran capaces de trasponer los dinteles prohibidos
para, en la puerta, jugar a la guerra,
a ser artesanos del lodo arcilloso,
a descubrir con sus perros el mundo
del que nos separaba el arroyo.
Primos y primas, amigos y amigas,
todos entraban a la casa de mis abuelos,
cuando la vida era fiesta
y los cafés eran maltratados y consumidos
antes de que se vuelvan amargos.
Víctor Alfonso Arias
Castigado y herido,
el noble toro no se explica
su existencia es esa plaza ebria,
donde el cenit no oculta ninguna fantasía.
Sus adoloridos ojos buscan
al varilarguero que probó su casta,
pero los clarines cubren la retirada
de la cabalgadura apitonada y ciega,
con su cruel jinete.
Entonces surge,
desde el rincón más oculto del ruedo,
el banderillero armado de dos puñales,
que despiadados siente el astado
dentro de su carne.
El público vibra y aplaude
la rápida huida del verdugo,
el toro gime enloquecido y
meneando la cabeza no encuentra su incógnito
enemigo.
Nuevamente el rito se repite,
los mostrados ganchos empapelados hacen rugir
a la multitud,
se inicia la carrera, se detiene y vuelve a
emprender;
los pitones alzados, las patas meneándose en el
aire,
la sangre desperdiciada antes de la faena,
y ya la gloria no es del toro
sino de su cobarde torturador.
La música premia el baile del bailarín y el coso
entero da inicio a la fiesta noctámbula,
nuevas banderillas adornan al bravo animal,
el tercio del torero ya no tiene sentido;
el novio busca en vano a la muerte,
el que huye de ella ha triunfado.