Bípedo Contemplativo

Visión

En aquella época
recorría los caminos
tratando de poblar como ermitaño
un bosque negro y su montaña.

Nací huraño y, como todos, niño;
por ello, me salvó del despeñadero
una sonrisa larga y sincera,
a la que debo mis ilusiones.
Hoy, encerrado en la jaula citadina,
aún añoro emprender una larga huida,
por el caudaloso río de la memoria,
hacia los confines de mis pensamientos.
Pero la visión del filósofo,
solamente encuentra, todavía,
ruinas y campos áridos
que no alcanza a redimir,
en su emoción vesperal.


Para la angustia: dormir, soñar

Como usted sabe, lector -si lo hubiere para este relato-, el hombre es el único animal que tiene la fatalidad de sufrir angustia y expresarla. Menos mal que la ciencia, producto de los hombres, ha elaborado ciertos sedantes, maravillosos fármacos, para devolvernos la calma.

Yo, cuando tropiezo accidentalmente con alguno de los imprevistos y groseros sucesos de la vida ordinaria, no puedo resistir a la necesidad de deslizar en el organismo transmisor una de esas reparadoras grageas, cuando el disgusto o la angustia suben de tono… Pero suelo acompañar la ingestión con un necesario acomodo del cuerpo en posición relajante. El mal de angustia -ya lo sabe usted- anuda este órgano sufrido, esforzado y heroico que es el corazón, blanco de todos los impactos. Pues a él hay que buscarle posición adecuada. Y la más consecuente (se la aconsejo) es la de la media vuelta sobre el costado izquierdo, con el cuerpo tendido. Así se le da asiento muelle y firme al corazón. Si esta posición lateral no bastare, vale ponerse decúbito prono, estirando en reposo el brazo izquierdo y colocando la cabeza al extremo de la almohada, para dejar caer el brazo derecho, desgajado, desde el filo del lecho. En esta postura, a la larga, viene la calma, y hablo por mí que es como, en casos extremos, he sabido encontrarla. A veces, así he logrado estar mejor, para dormir o para morir. No puedo descartar la posibilidad de que este suave dispositivo de mi cuerpo, en procura de reposo, pudiera servir de escenario bien preparado y llamativo para que se me encontrara muerto de verdad, muerto de repente.
Sucedió al anochecer.

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Valle de Los Chillos

Déjame hacer yo tu apología y elegía.
Pensar en ti es participar de tu maravilla,
en esos hombres y mujeres
que vagan por tus parajes sintiéndote suyo,
porque los contaminados ríos no han cambiado su
alma
y los mercaderes todavía no han ocultado
esos horizontes llenos de volcanes,
respetando el designio que quiso hacerte bello.

Te he contemplado desde el Ilaló
y las orillas de límpidas lagunas,
desde el vicio y la virtud.

En la cantina te adoraba
y en la iglesia te extrañaba,
moría en tus anaranjados ocasos
y revivía con tus amaneceres rituales.

Suburbio de pobres y ricos,
quisiera que la naturaleza embriague al odio
y que tu semidestruida paz sea la del mundo.