Recorriendo las célibes arenas,
cada una esculpida por mis manos,
dí con la historia y geografía de mi mundo;
estaba desnudo, rodeado de mis pecados y mis
/obras;
hasta por Dios abandonado, ninguna fuente reflejaba
/mis máscaras heréticas.
En las torbellinos de polvo
mi rostro no se reconocía en otros rostros,
durante las noches había puesto mi destino en las
/estrellas y la luna;
negándome a que mi sombra me acompañara,
en los días que el sol, tacaño, me reconocía.
Un día, mientras caminaba por ese mar seco y sin sal,
me quiso enseñar sus secretos un pájaro pequeño,
porque deseaba albergarme al pie de su perdido
/nido.
Pude volar y la noche se hizo innecesaria,
despertando nuevamente mi pasión por lo infinito.
Pronto, juntos ya dominábamos el cielo
y aventurándonos en sus lejanos horizontes,
descubrimos, al pie del púrpura más triste,
las flores de un inmenso y fuerte arupo,
y, en él, al nido y la muchacha.