Víctor Alfonso Arias
De todos los instantes
admiro el de la muerte,
recordar un momento
todos los que viví y viviste:
¡poderte decir Padre de nuevo
y por vez primera,
revivir la fortaleza del músculo indomable
y la bondad de tu sonrisa
que seguía siendo inteligente
aun al transformarse en risa y carcajada!
El postrer beso resucitará a la memoria:
al ágil agitarse de tu cuerpo
en el duro bregar contra-corriente,
entre las ondas del río,
a veces tierno otras enardecido. Porque:
¡con enseñarme los secretos de la mar
y mostrarme las estelas de los barcos,
fuiste huella que sigue siendo huella
aunque toneladas de agua
la arranquen del océano!
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Víctor Alfonso Arias
En aquella época
recorría los caminos
tratando de poblar como ermitaño
un bosque negro y su montaña.
Nací huraño y, como todos, niño;
por ello, me salvó del despeñadero
una sonrisa larga y sincera,
a la que debo mis ilusiones.
Hoy, encerrado en la jaula citadina,
aún añoro emprender una larga huida,
por el caudaloso río de la memoria,
hacia los confines de mis pensamientos.
Pero la visión del filósofo,
solamente encuentra, todavía,
ruinas y campos áridos
que no alcanza a redimir,
en su emoción vesperal.
Víctor Alfonso Arias
Déjame hacer yo tu apología y elegía.
Pensar en ti es participar de tu maravilla,
en esos hombres y mujeres
que vagan por tus parajes sintiéndote suyo,
porque los contaminados ríos no han cambiado su
alma
y los mercaderes todavía no han ocultado
esos horizontes llenos de volcanes,
respetando el designio que quiso hacerte bello.
Te he contemplado desde el Ilaló
y las orillas de límpidas lagunas,
desde el vicio y la virtud.
En la cantina te adoraba
y en la iglesia te extrañaba,
moría en tus anaranjados ocasos
y revivía con tus amaneceres rituales.
Suburbio de pobres y ricos,
quisiera que la naturaleza embriague al odio
y que tu semidestruida paz sea la del mundo.